Nunca más
Padre Hugo Tagle En twitter: @hugotagle
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Padre Hugo Tagle
Escribo desde la tristeza que me causa todo el tema Karadima. ¡Qué tragedia todo! Nuevamente, como lo he expresado en otras oportunidades, mis saludos a las víctimas de Karadima y de otros consagrados. Nada más espantoso y cobarde que el abuso de parte de quien se supone deben ser garantía de confianza y nobleza.
En relación al fallo de la justicia conocido hace unos días, debo reconocer –y aunque resulte políticamente incorrecto– que yo hubiese apelado. Tengo la impresión de que el fallo deja abierta una puerta que se puede prestar para arbitrariedades en el futuro. El texto dice: “los hechos por los cuales se ha demostrado la responsabilidad de la demandada sólo alcanzan a actos u omisiones negligentes culposos, sin que éstos alcances, a base de los datos que arrojan este proceso, pueda calificarse como propio de actos criminales”. ¿En qué quedamos? En fin, dejémoslo ahí. Es claro que la actual legislación requiere afinamientos para evitar consideraciones subjetivas y caer en arbitrariedades.
Ahora bien, ¿quién debe pagar? En primer lugar, Karadima mismo. Es el primer responsable de sus actos. Y será una forma en que él mismo pueda reparar en parte el mal causado. En segundo lugar, los que fueron hinchas de este señor. Cada uno deberá ver en conciencia su cuota de responsabilidad en esto. Los incondicionales de Karadima formaron un muro granítico, impenetrable, hermético, que hizo imposible una mirada crítica a su estilo de trabajo. Imposible no recordar a algunos que ahora condenan a la Iglesia: fueron los mismos que antes defendieron a rabiar a Karadima. Se entiende en parte la confusión en que se encontraban, pero hay que asumir noblemente los errores y reconocer que se estuvo equivocado y contribuir en la reparación del daño. Desconcierta, por lo mismo, la soledad en que se encuentran los dos cardenales en su defensa.
La Iglesia no es peor que antes. Karadimas han existido siempre. Pero hoy se los encuentra, juzga y condena. En todos los gremios e instituciones. Nos debemos alegrar de la luz que se ha puesto en todos los frentes y rincones. Me alegra la madurez de la mayoría de los laicos, que no se dejan amilanar por los crímenes y faltas de unos pocos. Es lo mejor de este tiempo. Remeros de esta barca libres, maduros y conscientes de su fe.
Tenemos “un tesoro en vasijas de barro” del cual todos somos responsables. Hay mucho por construir. Las palabras y diagnósticos sobran. La Iglesia tiene infinitas tareas por delante. Sí, ella saldrá fortalecida de esto; más misionera, humana, servicial, cercana a Jesús.